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  1. Madame Bovary por Gustave Flaubert. por InfoLibros. Madame Bovary por Gustave Flaubert es una obra maestra literaria que cautiva con su retrato vívido de la vida y las pasiones humanas. Descarga ahora mismo una copia gratuita en formato PDF de Madame Bovary y sumérgete en esta cautivadora historia.

  2. la clase, y el profesor, que por fin logró captar el nombre de Charles Bovary, después de que éste se lo dictó, deletreó y releyó, ordenó inmediatamente al pobre diablo que fuera a sentarse en el banco de los desaplicados al pie de la tarima del profesor.

  3. 17 de feb. de 2020 · Descargar Madame Bovary en PDF, ePUB o MOBI. Madame Bovary de Gustave Flaubert. Gratis, sin registro y de forma legal 👌

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    • SINOPSIS DE MADAME BOVARY
    • Si deseas leer esta obra en otros idiomas, sólo tienes que hacer clic sobre los enlaces correspondientes:
    • C A P Í T U L O I
    • C A P Í T U L O II
    • C A P Í T U L O III
    • C A P Í T U L O IV
    • C A P Í T U L O V
    • C A P Í T U L O VI
    • C A P Í T U L O VII
    • —¿Bailar? –preguntó Emma.
    • Para cenar había sopa de cebolla y un trozo de vaca con acederas. Charles, sentado delante de Emma, dijo frotándose las manos con aire satisfecho:
    • C A P Í T U L O IX
    • C A P Í T U L O I
    • Y prosiguió:
    • La posadera salió en defensa de su párroco:
    • C A P Í T U L O II
    • C A P Í T U L O III
    • C A P Í T U L O IV
    • C A P Í T U L O V
    • Ella hizo un gesto de sorpresa.
    • —¿La deja entonces? –prosiguió él.
    • Ella miró el reloj. Charles se retrasaba. Entonces se hizo la preocupada. Repitió hasta dos o tres veces:
    • C A P Í T U L O VI
    • Y recogiendo un catecismo hecho pedazos con el que acababa de tropezar su pie:
    • Ella parecía no oír. Él continuó:
    • —¿Y cómo voy a distraerme?
    • —¡Soy yo otra vez! –dijo Léon.
    • —Llevo abrigo –respondió él.
    • C A P Í T U L O VII
    • —¿Quién te ha mandado venir? ¡Siempre importunando al señor
    • —Todo es trabajo perdido –dijo Emma.
    • Madame Bovary volvió a cogerse del brazo de Rodolphe, que siguió como si hablara consigo mismo:
    • —¡Mantengan el paso! –gritó Binet.
    • Emma lo miró como quien contempla a un viajero que ha conocido países extraordinarios, y explicó:
    • —¿Sabía yo que luego la acompañaría?
    • —¡Oh!, no, ¿verdad? ¿Seré algo en su pensamiento, en su vida?
    • —No.
    • Y mirando alternativamente la hoja de papel y luego a la anciana, repetía en tono paternal:
    • Rodolphe repitió en voz baja y con mirada tierna:
    • C A P Í T U L O IX
    • Repitió:
    • —¡Oh, qué bueno es usted! –dijo.
    • —Estoy cansada –dijo.
    • C A P Í T U L O X
    • Al ver a Emma, pareció aliviado de un gran peso, y enseguida entabló conversación:
    • Mis queridos hijos:
    • THÉODORE ROUAULT.
    • C A P Í T U L O XI
    • Lo cual no impidió que, cinco días más tarde, la tía Lefrançois apareciera muy asustada gritando:
    • Iba a verlo a todas horas, en todo momento. Hippolyte lo miraba con ojos llenos de espanto y balbucía sollozando:
    • Se presentó Homais.
    • Entonces, presa de un rapto de ternura y de desaliento, Charles se volvió hacia su mujer diciéndole:
    • C A P Í T U L O XII
    • —¿Es que nunca has visto nada de esto? –respondía riendo Félicité–; ¡como si tu
    • Y seguro de su descubrimiento, salió repitiendo a media voz y con su pequeño silbido habitual:
    • Además, tenía ideas raras.
    • —¿Mucho?
    • Él corrió hacia su madre: estaba fuera de quicio, balbucía:
    • —¿Qué hay que hacer? ¿Qué quieres?
    • Ella reflexionó unos minutos, luego respondió:
    • —¡Nunca! –dijo ella impetuosamente. Y, apoyándose en él:
    • Él no volvía la cabeza. Emma corrió tras él e, inclinándose a la orilla del agua entre la maleza, exclamó:
    • C A P Í T U L O XIII
    • Reflexionó, luego añadió:
    • La niña tendía los brazos hacia la madre para colgarse de su cuello. Pero, apartando la cabeza, Emma dijo con voz entrecortada:
    • —¡Sí, ahora descansa un poco! –respondió Charles, que la miraba dormir–. ¡Pobre
    • C A P Í T U L O XIV
    • Y sin esperar la respuesta de una Félicité ruborizada, añadió con aire triste:
    • El sacerdote se limitó a lanzar un gemido, y el farmacéutico prosiguió:
    • —¡Vamos, hombre! –dijo el cura.
    • C A P Í T U L O XV
    • —¿Y desde cuándo?
    • —Hace un calor...
    • C A P Í T U L O I
    • Sin embargo, suspiró:
    • —¿Por qué? Él dudaba.
    • —¡No como a usted! –exclamó él.
    • Y se detuvo; luego, como arrepintiéndose:
    • —¿Adónde vamos? –decía ella.
    • —¡Imbécil! –gruñó Léon lanzándose fuera de la iglesia. Un chaval jugueteaba en el atrio:
    • C A P Í T U L O II
    • —¿Qué es? ¿Qué pasa?
    • —¡Pero cálmate! –decía la señora Homais. Y Athalie, tirándole de la levita:
    • Y prosiguió:
    • La señora Homais se adelantó.
    • —¿Qué edad tenía tu padre?
    • Y, con la mayor sangre fría del mundo, añadió:
    • C A P Í T U L O III
    • C A P Í T U L O IV
    • Al día siguiente, al volver a casa, la contempló con una expresión ladina, y al final no pudo retener esta frase:
    • Pero, cuando pasaba cerca de él (si Bovary se encontraba allí), suspiraba:
    • C A P Í T U L O V
    • Emma se inclinaba hacia él y murmuraba, como sofocada de ebriedad:
    • Inmóviles frente a frente, se repetían:
    • —Pues los otros, los hombres –respondía ella. Y añadía, rechazándole con un gesto lánguido:
    • A veces, cuando juntos hablaban de París, ella acababa murmurando:
    • —¿A quién?
    • —¿Y las negras? –preguntó el pasante.
    • —¡Olvídese un poco del Cujas y del Bartolo168, qué diablos! ¿Quién se lo impide?
    • —¡Qué más da! ¡Que me engañe, a mí qué me importa! ¿Me interesa tanto?
    • En efecto, alguien había enviado a su madre una larga carta anónima, para alertarla de que se perdía con una mujer casada;
    • —Pero ¿si le trajera varios miles de francos, la cuarta parte de la suma, la tercera parte, casi todo?
    • C A P Í T U L O VII
    • —¿Me permite, señora? ¿Me permite? Lanzaba con frecuencia exclamaciones:
    • —Pero ¿estás loca?
    • —¿Dónde?
    • Pero cuando el ciego apareció, como de costumbre, al pie de la cuesta, exclamó:
    • —¡Nada de farináceos ni de lacticinios! ¡Llevar lana sobre la piel
    • Se levantó de un salto y le dijo:
    • Una oleada de púrpura subió rápidamente al rostro de Madame Bovary. Retrocedió con una expresión terrible, exclamando:
    • a prestarle ayuda. Pero, cada vez que Félicité decía un nombre, Emma replicaba:
    • y cuando Charles apareciese, tendría que decirle:
    • —Pronto las tres.
    • C A P Í T U L O VIII
    • —¡No importa! –dijo ella mirándole tristemente–, sufrí mucho. Él respondió en tono filosófico:
    • —¿Lo crees? –dijo ella acercándose. Y suspiró:
    • —¿Cómo querías que viviese sin ti? ¿Quién puede desacostumbrarse a la felicidad?
    • —¡No los tienes! Repitió varias veces:
    • Y, deteniendo los ojos en una carabina damasquinada que brillaba en la panoplia:
    • Luego, con aire displicente:
    • Él se desesperaba, quería llamar.
    • —Pero...
    • —¡Es extraordinario!, ¡es singular! –repitió. Pero ella dijo con voz fuerte:
    • —No había otra salida, amigo mío.
    • Y como todo el mundo callaba:
    • C A P Í T U L O IX
    • Y lloraba.
    • Charles prorrumpió en blasfemias.
    • Félicité sollozaba:
    • Cuando llegó, el cura preguntó cómo se encontraba el señor; y dijo tras la respuesta del boticario:
    • C A P Í T U L O X
    • El pobre muchacho quiso parecer fuerte y repitió varias veces:
    • —¡Esa pobre señora! ¡Qué dolor para su marido! El boticario seguía diciendo:
    • Luego, con un largo gemido que le levantó con fuerza el pecho:
    • C A P Í T U L O XI
    • Y añadió incluso una gran frase, la única que jamás dijera:

    Madame Bovary es una de las obras más representativas del realismo literario del siglo XIX, marcando un antes y un después en la literatura de la época. Trata sobre la idealización del amor, la búsqueda de la exacerbación de los sentidos, la infidelidad y la banalidad. Todos estos son rasgos que se pueden apreciar en el personaje principal. Emma es...

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    Estábamos en el Estudio cuando entró el director, seguido de un nuevo vestido de calle y de un mozo que traía un gran pupitre. Los que dormían se despertaron, y todos nos pusimos de pie como sorprendidos en nuestro trabajo. El director nos hizo seña de que volviéramos a sentarnos; luego, volviéndose hacia el jefe de estudios, le dijo a media voz: ...

    Una noche, a eso de las once, los despertó el ruido de un caballo que se detuvo justo en la puerta. La criada abrió el tragaluz del desván y habló un rato con un hombre que permanecía abajo, en la calle. Venía a buscar al médico; traía una carta. Nastasie bajó las escaleras tiritando y abrió la cerradura y los cerrojos, uno tras otro. El hombre d...

    Una mañana, papá Rouault fue a pagar a Charles la curación de su pierna: setenta y cinco francos18 en monedas de cuarenta sous, y un pavo. Se había enterado de su desgracia, y le consoló lo mejor que pudo. —¡Yo sé lo que es eso! –decía, dándole palmaditas en la espalda–. ¡También yo pasé por lo mismo! Cuando perdí a mi pobre difunta, me iba a vagar...

    Los invitados llegaron temprano, en carruajes, en carricoches de un caballo, en charabanes de dos ruedas, en viejos cabriolés sin capota, en jardineras con cortinillas de cuero, y los jóvenes de los pueblos más cercanos en carretas donde permanecían de pie, en fila, con las manos apoyadas en los adrales para no caerse, porque iban al trote y con f...

    La fachada de ladrillos seguía exactamente la línea de la calle, o más bien la de la carretera. Detrás de la puerta estaban colgados un gabán de cuello corto, unas bridas, una gorra de cuero negro y, en un rincón, en el suelo, un par de polainas todavía cubiertas de barro seco. A mano derecha se encontraba la sala, es decir, la estancia donde se co...

    Había leído Pablo y Virginia32 y soñado con la casita de bambúes, con el negro Domingo, con el perro fiel, pero sobre todo con la dulce amistad de algún buen hermanito que, para buscarte frutas rojas, se sube a grandes árboles más altos que campanarios, o corre descalzo por la arena trayéndote un nido de pájaros. Cuando cumplió trece años, su padr...

    A veces pensaba que, a pesar de todo, estaba viviendo los días más hermosos de su vida, la luna de miel, como se decía. Para saborear su dulzura, habría sido preciso, sin duda, ir hacia esos países de nombres sonoros en que los días siguientes a la boda tienen una languidez más suave. En sillas de posta, bajo cortinillas de seda azul, se sube al pa...

    —¡Sí! —Pero ¿es que has perdido el juicio? Se reirían de ti, quédate en tu sitio. Y es lo más apropiado para un médico –añadió. Charles se calló. Paseaba de un lado a otro de la habitación, esperando a que Emma acabara de vestirse. La veía por detrás, en el espejo, entre dos candelabros. Sus ojos negros parecían más negros. Sus bandós, levemente ah...

    —¡Qué gusto da estar de nuevo en casa! Se oía llorar a Nastasie. Él sentía cierto afecto por aquella pobre chica. En otro tiempo, durante los ratos de ocio de su viudedad, le había hecho compañía muchas veladas. Era su primera paciente, la persona conocida más antigua en la región. —¿La has despedido de verdad? –terminó preguntando. —Desde luego. ¿...

    A menudo, cuando Charles había salido, Emma iba al armario para sacar, de entre los pliegues de la ropa blanca donde la había dejado, la petaca de seda verde. La miraba, la abría y aspiraba incluso el aroma del forro, mezcla de verbena y de tabaco. ¿A quién pertenecería?... Al vizconde. Tal vez era un regalo de su amante. La habían bordado en algún...

    Yonville-l’Abbaye (así llamado por una antigua abadía de capuchinos cuyas ruinas ya no existen) es un pueblo grande a ocho leguas de Ruán, entre la carretera de Abbeville y la de Beauvais, al fondo de un valle que riega el Rieule, riachuelo que desagua en el Andelle después de haber movido tres molinos cerca de su desembocadura, y en el que hay ...

    —¡Ah!, que un negociante que se relaciona con gente de calidad, que un jurisconsulto, un médico, un farmacéutico, estén tan absorbidos que se vuelvan raros e incluso huraños, lo comprendo: ¡hemos visto muchos ejemplos en la historia! Pero por lo menos están pensando en algo. A mí, por ejemplo, cuántas veces me ha ocurrido ponerme a buscar mi plum...

    —Además, puede doblar a cuatro como usted bajo su rodilla. El año pasado ayudó a nuestros mozos a meter la paja; cargaba hasta con seis pacas al mismo tiempo, ¡de lo fuerte que es! —¡Estupendo! –dijo el farmacéutico–. ¡Mande usted a sus hijas a confesarse con mocetones de semejante temperamento! Si yo fuera el Gobierno, querría que sangrasen a los ...

    Emma fue la primera en apearse, luego Félicité, el señor Lheureux, una nodriza, y hubo que despertar a Charles en su rincón, donde se había quedado completamente dormido en cuanto llegó la noche. Homais se presentó; ofreció sus respetos a la señora, sus cumplidos al señor, dijo que estaba encantado de haber podido serles de alguna utilidad, y aña...

    Al día siguiente, al despertarse, vio al pasante en la plaza. Emma estaba en bata. Él levantó la cabeza y la saludó. Ella hizo una rápida inclinación y cerró la ventana. Léon estuvo esperando todo el día a que llegaran las seis de la tarde; pero, al entrar en la posada, sólo encontró al señor Binet, sentado a la mesa. Aquella cena de la víspera er...

    Con los primeros fríos Emma dejó su cuarto para vivir en la sala, amplia estancia de techo bajo donde, sobre la chimenea, había un frondoso polipero desplegado contra el espejo. Sentada en su sillón, junto a la ventana, veía pasar por la acera a la gente del pueblo. Dos veces al día iba Léon desde su despacho al Lion d’Or. Emma le oía llegar desde ...

    Fue un domingo de febrero, una tarde que nevaba. Todos, el matrimonio Bovary, Homais y el señor Léon, habían ido a ver, a una media legua de Yonville, en el valle, una hilatura de lino que estaban montando. El boticario había llevado consigo a Napoléon y a Athalie para que hicieran ejercicio, y Justin los acompañaba llevando los paraguas al hombro....

    —¡Ah! –exclamó él vivamente y en voz baja–, no tendría que ir muy lejos para conseguírselo; ¡puede estar segura! Y se puso a pedir noticias de papá Tellier, el dueño del Café Français, a quien ahora atendía el señor Bovary. —¿Qué es lo que tiene papá Tellier?... Tose de una forma que hace temblar toda la casa, y mucho me temo que dentro de poco va...

    —¿Qué? –dijo ella con viveza–, ¿la música? ¡Ay, Dios mío, pues claro! Tengo una casa que llevar, un marido que atender, en fin, mil cosas, ¡muchas obligaciones que son más urgentes!

    —¡Es tan bueno! El pasante apreciaba al señor Bovary. Pero aquel cariño hacia él le sorprendió de una manera desagradable; con todo, continuó con el elogio, que oía hacer a todo el mundo, decía, y sobre todo al farmacéutico. —¡Ah!, es un buen hombre –repuso Emma. —Desde luego –afirmó el pasante. Y se puso a hablar de la señora Homais, cuyo desaliño...

    Una tarde en que la ventana estaba abierta y que, sentada junto a ella, Emma acababa de ver a Lestiboudois, el sacristán, podando el boj, oyó de pronto el toque del ángelus. Era a principios de abril, cuando se abren las prímulas; un viento tibio rueda sobre los arriates cultivados, y los jardines, como mujeres, parecen engalanarse para las fiestas...

    —¡Es que no respetan nada! Pero, en cuanto vio a Madame Bovary, dijo: —Perdóneme, no la había reconocido. Metió el catecismo en el bolsillo y se paró, mientras seguía balanceando entre dos dedos la pesada llave de la sacristía. El resplandor del sol poniente que le daba de lleno en la cara palidecía el lasting de su sotana, con brillos en los codo...

    —Siempre muy ocupado, ¿verdad? Porque, desde luego, él y yo somos las dos personas de la parroquia que más trabajo tenemos. Pero ¡él es el médico de los cuerpos – añadió con una risotada– y yo lo soy de las almas! Emma clavó en el sacerdote sus ojos suplicantes. —Sí... –dijo–, usted alivia todas las miserias. —¡Ah!, no me lo recuerde, Madame Bovary...

    —Yo, en su lugar, ¡tendría un torno! —Pero yo no sé tornear –respondía el pasante. —¡Ah!, es cierto –decía el otro acariciándose la mandíbula con una expresión desdeñosa y a la vez satisfecha. Léon estaba cansado de amar sin resultado; y empezaba a sentir ese agobio que causa la repetición de la misma vida cuando ningún interés la dirige ni esper...

    —¡La culpa es de la fatalidad! A Rodolphe, que había guiado aquella fatalidad, le pareció muy benévolo para un hombre en su situación, hasta cómico, y un poco vil. Al día siguiente, Charles fue a sentarse en el banco del cenador. Por el emparrado se filtraba la luz; los pámpanos dibujaban sus sombras sobre la arena, el jazmín embalsamaba el aire, ...

    —¡La culpa es de la fatalidad! A Rodolphe, que había guiado aquella fatalidad, le pareció muy benévolo para un hombre en su situación, hasta cómico, y un poco vil. Al día siguiente, Charles fue a sentarse en el banco del cenador. Por el emparrado se filtraba la luz; los pámpanos dibujaban sus sombras sobre la arena, el jazmín embalsamaba el aire, ...

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    —¡La culpa es de la fatalidad! A Rodolphe, que había guiado aquella fatalidad, le pareció muy benévolo para un hombre en su situación, hasta cómico, y un poco vil. Al día siguiente, Charles fue a sentarse en el banco del cenador. Por el emparrado se filtraba la luz; los pámpanos dibujaban sus sombras sobre la arena, el jazmín embalsamaba el aire, ...

    —¡La culpa es de la fatalidad! A Rodolphe, que había guiado aquella fatalidad, le pareció muy benévolo para un hombre en su situación, hasta cómico, y un poco vil. Al día siguiente, Charles fue a sentarse en el banco del cenador. Por el emparrado se filtraba la luz; los pámpanos dibujaban sus sombras sobre la arena, el jazmín embalsamaba el aire, ...

    —¡La culpa es de la fatalidad! A Rodolphe, que había guiado aquella fatalidad, le pareció muy benévolo para un hombre en su situación, hasta cómico, y un poco vil. Al día siguiente, Charles fue a sentarse en el banco del cenador. Por el emparrado se filtraba la luz; los pámpanos dibujaban sus sombras sobre la arena, el jazmín embalsamaba el aire, ...

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    —¡La culpa es de la fatalidad! A Rodolphe, que había guiado aquella fatalidad, le pareció muy benévolo para un hombre en su situación, hasta cómico, y un poco vil. Al día siguiente, Charles fue a sentarse en el banco del cenador. Por el emparrado se filtraba la luz; los pámpanos dibujaban sus sombras sobre la arena, el jazmín embalsamaba el aire, ...

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    —¡La culpa es de la fatalidad! A Rodolphe, que había guiado aquella fatalidad, le pareció muy benévolo para un hombre en su situación, hasta cómico, y un poco vil. Al día siguiente, Charles fue a sentarse en el banco del cenador. Por el emparrado se filtraba la luz; los pámpanos dibujaban sus sombras sobre la arena, el jazmín embalsamaba el aire, ...

    —¡La culpa es de la fatalidad! A Rodolphe, que había guiado aquella fatalidad, le pareció muy benévolo para un hombre en su situación, hasta cómico, y un poco vil. Al día siguiente, Charles fue a sentarse en el banco del cenador. Por el emparrado se filtraba la luz; los pámpanos dibujaban sus sombras sobre la arena, el jazmín embalsamaba el aire, ...

  5. 26 de feb. de 2006 · Feb 26, 2006. Most Recently Updated. Mar 19, 2024. Copyright Status. Public domain in the USA. Downloads. 4411 downloads in the last 30 days. Project Gutenberg eBooks are always free! Free kindle book and epub digitized and proofread by volunteers.

  6. referring to was Madame Bovary. He was just under thirty years old. Picture a large man, handsome though eshy and prematurely balding, with clear blue-green eyes and a voice that could be loud and gru (he was known to “bellow,” both while trying out his sentences and while having dinner with his friends), bent over his

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