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    • Jack Stars

      El libro hace referencia a las leyendas de un poblado de...

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    • —¿Entiende lo que hablamos?
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    • —¿Qué le ha hecho usted, Pontellier?
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    Los ojos de la señora Pontellier eran inquietos y brillantes, de un color pardo amarillento; casi del mismo tono que su pelo. Tenía un modo peculiar de fijarlos de repente sobre un objeto y sostenerlos allí como si estuviera perdida en un laberinto interior de contemplación o de pensamiento. Sus cejas, un poco más oscuras que el pelo, gruesas y cas...

    Eran las once de aquella noche cuando el señor Pontellier llegó del hotel de Klein. Venía de un humor excelente, eufórico y muy charlatán. Al entrar, su mujer, que dormía profundamente en la cama, se despertó. Mientras se desnudaba, le contó las anécdotas, noticias y chismes que se habían ido acumulando a lo largo del día. De los bolsillos del pant...

    Para el señor Pontellier, habría sido difícil definir, a su entera satisfacción o a la de cualquiera, en qué punto su mujer desatendía sus deberes con sus hijos. Era más un sentimiento que una percepción y, cada vez que lo expresaba, no podía evitar el subsiguiente arrepentimiento, unido a un gran deseo de compensación. Si uno de los pequeños Ponte...

    Edna Pontellier no habría podido decir por qué, si deseaba ir a la playa con Robert, había empezado por negarse, para en seguida obedecer sumisa uno de los dos impulsos contradictorios que la empujaban. Cierta luz empezaba a despuntar lentamente en su interior, la luz que muestra el camino y, a la vez, lo prohíbe. En aquel momento la desconcertaba....

    Hasta entonces, hacer confidencias había sido un rasgo ajeno al carácter de la señora Pontellier. Incluso de niña, su vida infantil había sido reservada y muy pronto aprendió instintivamente la dualidad vital entre la vida externa que asiente y la interna que cuestiona. Aquel verano en Grand Isle, empezó a deshacer ligeramente el manto de reserva q...

    —Hágame un favor, Robert —dijo la hermosa mujer tan pronto como iniciaron su lento camino de vuelta a casa. Levantó su rostro hacia él, recostándose en su brazo bajo el cobijo circular de la sombrilla que él había desplegado. —Considérelo hecho; tantos como desee —le contestó él, bajando la mirada hasta los ojos de Adèle, llenos de solicitud y de u...

    Todas las luces del vestíbulo estaban encendidas; la mecha de cada lámpara ardía al máximo, pero sin llegar al punto de ahumar el tubo ni amenazar explosión. Las lámparas estaban colocadas a intervalos en la pared por toda la habitación. Habían puesto, entre una y otra, ramas de naranjo y limonero, que formaban graciosas y elegantes guirnaldas. El ...

    —¿Qué haces aquí fuera, Edna? Creí que te encontraría acostada —dijo su marido al verla tumbada allí. Él había dado un paseo mientras acompañaba a madame Lebrun hasta la casa. Su mujer no le contestó—. ¿Estás dormida? — preguntó, inclinándose para mirarla. —No. Sus ojos, al fijarse en los de él, relucían intensos y brillantes, sin rastro de sueño. ...

    Durmió unas pocas horas, inquietas y febriles, perturbada por sueños intangibles que se le escapaban y dejaban sus sentidos en duermevela con la impresión de algo inalcanzable. Se levantó y se vistió con el frescor de las primeras horas de la mañana. El aire era tonificante y en cierto momento serenó sus sentidos. Sin embargo, no buscaba alivio ni ...

    —¡Que te calles! —¿Están casados eses dos de ahí, los que se recuestan uno sobre el otro? —Por supuesto que no —contestó Robert riendo. —Por supuesto que no —repitió Mariequita, imitándole con voz grave y una ratificadora inclinación de cabeza. El sol estaba alto y empezaba a picar. A Edna le parecía que la repentina brisa escondía el aguijón del a...

    Una sensación de opresión y somnolencia invadió a Edna durante el servicio. Le empezó a doler la cabeza, y las luces del altar bailaban ante sus ojos. En otra ocasión habría hecho un esfuerzo por recobrar la compostura, pero su único pensamiento era abandonar la sofocante atmósfera de la iglesia y salir al aire libre. Al levantarse, pisó a Robert, ...

    Mientras madame Ratignolle ponía a Étienne, el más pequeño de los chicos, en manos de su madre, le contó que el niño se había portado muy mal. Se había resistido a acostarse y había hecho una escena, que a ella misma le había obligado a ocuparse del asunto para calmarlo del mejor modo posible. Raoul, en cambio, llevaba dos horas durmiendo en su cam...

    Cuando una tarde Edna llegó al comedor, con retraso, como de costumbre, un grupo de gente, en el que hablaban todos a la vez, parecía sostener una conversación más animada de lo habitual. La voz de Victor se oía incluso más que la de su madre. Edna había vuelto tarde del baño, se había vestido deprisa y tenía el rostro acalorado. Su cabeza, realzad...

    —¿Echa mucho de menos a su amigo? —le preguntó mademoiselle Reisz, una mañana, mientras subía lentamente detrás de Edna, que acababa de salir de su cottage camino de la playa. Ahora que por fin había aprendido a nadar, pasaba la mayor parte del tiempo en el agua. Como el final de su estancia en Grand Isle se acercaba, ningún tiempo le parecía sufic...

    Los Pontellier poseían una casa encantadora en Nueva Orleans, situada en Esplanade Street. Era un gran cottage de dos alturas, con amplia galería delantera, cuyas columnas redondas y acanaladas sostenían el tejado inclinado. La casa estaba pintada de un blanco deslumbrante; los postigos exteriores o celosías eran verdes. En el patio, escrupulosamen...

    A la mañana siguiente, a punto de marchar a la oficina, el señor Pontellier preguntó a Edna si quería ir a buscarle a la ciudad y mirar algunos accesorios nuevos para la biblioteca. —No creo que necesitemos nuevos accesorios, Léonce. No compremos más cosas. Eres demasiado gastador. Estoy segura de que nunca has pensado en guardar dinero o ahorrar. ...

    Edna no podía evitar la idea de que haber pisoteado su alianza y estampado el jarrón de cristal contra el piso de la chimenea había sido una absoluta tontería completamente infantil. No le asaltaron más arranques que la empujaran a recurrir a métodos tan fútiles. Empezó a obrar como quería y a sentir como deseaba. Abandonó por completo sus reunione...

    —¡Ah, no lo sé! ¡Déjame en paz! ¡Me molestas! El señor Pontellier se preguntaba a veces si su mujer no se estaría trastornando. Veía claramente que Edna no era la misma. Es decir, él no se daba cuenta de que Edna estaba en el proceso de ser ella misma y que desechaba día a día ese yo ficticio que asumimos como un disfraz con el que aparecer ante el...

    En uno de aquellos estados de ánimo, Edna buscó a mademoiselle Reisz. No había olvidado la impresión bastante desagradable que le había dejado su última entrevista; pero, a pesar de esto, sentía deseos de verla; sobre todo, de oírla tocar el piano. A primera hora de la tarde, emprendió la búsqueda de la pianista. Por desgracia había extraviado o pe...

    Había quien afirmaba que el motivo de que mademoiselle Reisz eligiera siempre los áticos era el de evitar a mendigos, buhoneros y visitas. La pequeña habitación delantera tenía muchas ventanas, en su mayoría bastante sucias, pero como estaban abiertas casi siempre, no se notaba mucho. A menudo dejaban entrar en la habitación gran cantidad de humo y...

    Una mañana, de camino a la ciudad, el señor Pontellier se detuvo frente a la casa del doctor Mandelet, un viejo amigo y médico de la familia. El doctor estaba prácticamente retirado, durmiendo, como suele decirse, en los laureles. Gozaba de buena reputación, más por sus conocimientos que por su destreza; se le buscaba para asuntos de consulta y hab...

    —¿Qué le he hecho yo? Parbleu! —¿Ha estado —preguntó el doctor con una sonrisa—, ha estado su mujer últimamente en contacto con algún círculo de mujeres seudointelectuales, seres superiores de altísima espiritualidad? Mi esposa me ha hablado de ellas. —Ése es el problema —interrumpió el señor Pontellier—; no se ha relacionado con nadie. Ha dejado s...

    El padre de Edna se hallaba con ellos en la ciudad desde hacía varios días. Edna no estaba profundamente ligada a él por lazos de cariño, pero ambos tenían ciertas aficiones en común y en mutua compañía se encontraban a gusto. Su llegada supuso una especie de molestia bien recibida; tras ella, las emociones de Edna dieron la impresión de orientarse...

    Padre e hija tuvieron una discusión acalorada, casi violenta, por culpa de la negativa de Edna a asistir a la boda de su hermana. El señor Pontellier decidió no intervenir, no poner en juego ni su influencia ni su autoridad. Seguía así el consejo del doctor Mandelet, y dejaba actuar a su mujer como quería. El coronel echó en cara a su hija la falta...

    Edna era incapaz de trabajar con tiempo oscuro y nublado. Para no divagar, necesitaba que el sol le suavizase y atemperase el ánimo. Había alcanzado un punto en el que ya no le parecía andar a tientas y en el que, cuando estaba de humor, trabajaba con facilidad y precisión. Como carecía de ambición y no luchaba por un fin concreto, el trabajo le sa...

    Alcée Arobin escribió una elaborada nota de disculpa, palpitante de sinceridad. Edna se inquietó porque, en un momento más frío y tranquilo, parecía absurdo haberse tomado todo aquello tan dramáticamente en serio. Estaba segura de que toda la importancia del incidente estaba en su propia conciencia. Si pasaba por alto la nota, daría la debida relev...

    Victor, armado de clavos y martillo, estaba arreglando, con trocitos de madera, la esquina de una de las galerías. Mariequita, sentada a su lado, balanceaba las piernas mientras le veía trabajar y le alargaba los clavos de la caja de herramientas. El sol caía a plomo sobre ellos. La muchacha se había tapado la cabeza con un delantal doblado en form...

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  2. TRABAJANDO TU LLAMADO A LAS MISIONES – Jonatan Lewis – DESCARGAR. EL DESPERTAR DE LAS MISIONES – Federico Bertuzzi – DESCARGAR. UNA IGLESIA APASIONADA POR LAS MISIONES – Antonio C. Nasser – DESCARGAR. ¡SOCORRO! DIOS ME ESTÁ LLAMANDO A LAS MISIONES – Dany Johnson – DESCARGAR.

  3. Bastan dichos capítulos para proporcionar a todos la necesaria clave para comprender las extrañas fluctuaciones, vicisitudes, cambios e inesperadas ocurrencias que sobrevienen en todos los asuntos personales y que suscitan problemas, preocupaciones, pruebas y tribulaciones de suma gravedad.

  4. Sí, puedes acceder a El despertar de Kate Chopin en formato PDF o ePUB, así como a otros libros populares de Literatur y Altertumswissenschaften. Tenemos más de un millón de libros disponibles en nuestro catálogo para que explores.

  5. Un libro inspirador, un viaje de descubrimiento y transformación. Una obra decisiva para convertirnos en la persona que siempre anhelamos ser y que potencialmente ya somos. Información del ebook Titulo: El camino del despertar Autor: Mario Alonso Puig Formato del archivo: pdf Idioma: Español. Opción 0